A orillas del río Amazonas, Iquitos |
Cuando partimos son las 8 de la noche. Una sirena parte el aire y junto con ella propagándose por el río, partimos rumbo al norte de Perú.
La noche se apodera de todo a la vista, en el cielo se pueden observar algunas estrellas marcando un vía galáctica y el golpe de las olas contra el casco del barco. Me quedo observando por largo rato el cielo cuando el sueño se reposa en mi cuerpo y me tiendo en la hamaca sin más. No tengo frío ni calor; duermo sin soñar en nada, y cuando esto sucede, la noche pasa más rápido.
En la mañana posterior nos sirven masamorra con pan de desayuno. Me siento en el mismo lugar junto al borde del barco y disfruto del paisaje, del río partirse a nuestro paso y las ondas crearse armónicamente y alejarse hacia la costa del Amazonas.
En un pueblo llamado Salto Alto de Nuevo Israel, subieron muchos misiones con los cuales intercambié palabras en las próximas horas del viaje. A veces nos dábamos un respiro y tomaba nota de mis percepciones en este tramo del viaje.
La vegetación es continua desde el río. Los árboles se elevan hasta los cielos y sus colores juegan entre el azul y amarillo. El reflejo del agua crea nuevas texturas de la selva. El cielo cambia, como el río y como yo en este movimiento.
Cuando llega la noche el barco está completo de pasajeros, se ha detenido en tantos lugares y hasta tuve la posibilidad de ver unos Bufeos -delfines de río- danzar cerca de un puerto. Una de las señoras que se encarga de la cocina, pesca con gran habilidad y soltura, somos varios que observamos su destreza. Los niños recorren libres en los pasillos se crean las hamacas, los colores que forman son carnavalescos, involuntarios y alegres.
Ingresando al puerto de Leticia |
En la mañana siguiente, con los primeros rayos del sol, llegamos a Santa Rosa. El pueblo es pequeño, está en una isla del río, frente a Leticia y Tabatinga; estoy en la triple frontera. Camino hasta la oficina de migraciones y sello mi pasaporte de salida de territorio peruano. Allí conozco a Masa, un joven japones que viaja camino a Roraima, en Venezuela. Íbamos a compartir el tramo juntos hasta Manaus pero nos separamos al cruzar el río a Leticia.
Cuando sello mi ingreso a Brasil, aún es temprano, así que camino hasta el puerto para saber cuando parte el barco a Manaus y luego busco hospedaje. Estaba exhausto, así que me acuesto en la litera hasta las 2 de la tarde. No podía creer que había dormido tanto y no tuviera hambre. Como había comprado una papaya, decidí comer la mitad de esta y luego salir a caminar. La papaya es una fruta muy rica, es gracioso ver como en el pasado no me gustaban tantos alimentos, un amigo diría: "la necesidad es ereje" y puede que sea así, pero más prima la idea de conocer nuevos sabores, texturas, tonalidades; conocer.
Ingresando a Brasil |
Lo que me gustó de Leticia son los árboles en las calles, en sus veredas. Esto es algo que muchas ciudad que visité no conservan. También los pajaritos volar por doquier y cantar y cantar.
Regreso tarde al hospedaje y para mi sorpresa me doy cuenta que no es un lugar muy amable. Compro algo de comida y en la oscuridad ingreso al cuarto.
Nuevamente no pude dormir en absoluto con tantas ideas pasando por mi cabeza, me desvelo hasta los primeros rayos de sol. Miro el ventilador y luego el baño, pienso en Pantoja y los pueblos a la orilla del Amazonas. Hago mi mochila, salgo a la calle y tomo un moto-taxi al puerto.
El viaje que me queda es Tabatinga-Manaus, 4 días en el río.
Entrevista a Paula M. Rufat
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