Comenzaba a oscurecer cuando llegué a
Valle Colorado, un pueblito sumido en las montañas en plena yunga jujeña. Sus casas
bajas construidas en adobe de barro, las calles de arcilla amasijada y los colores
inocentes de los ponchos se filtraban por mi retina. El viento trae consigo nubes
que cubren los cerros en su parte más alta. El frío también se hace presente y
esto me empuja a buscar la escuela primaria donde me hospedaré esta noche.
En los pasillos del pueblo me encuentro
con Sandra, una maestra que me guía hasta la escuelita. La bandera aún está en
lo alto, algunos chicos corren y se esconden en sus juegos. Me quedo observándolos
y pronto se acerca la directora para recibirme. Me enseña la escuela y me
presenta a los maestros que están en el comedor. Compartimos mate cocido con
bollito recién horneado para apaciguar el frío.
Gran parte de los alumnos viven dentro
del pueblo. Otra parte tiene que caminar varios kilómetros entre las montañas
para estar en clases. Estos últimos son quienes se quedan a dormir en la
escuela al igual que la mayoría de los maestros que son de otras ciudades; de lunes
a viernes viven en el colegio y el sábado temprano regresan a sus hogares. Varios
tienen esposas e hijos y afrontan la rutina acompañándose uno a los otros. Es
una labor honorable que cumplen con nobleza y dedicación.
Me tomo un instante para estar solo
antes de cenar y así sentir el frío de la noche. Ligeras gotas de rocío tocan
mi rostro y un vaho efímero sale de mi boca. ¡Algún día seré maestro! O
profesor en su defecto.
Dejamos el comedor y rápidamente nos
encerramos en los cuartos. Me acercan varias colchas para afrontar la hostilidad
del frío nocturno y recostado en la cama me percato que pasó una semana desde que
salí de casa. Parece como si fuera más tiempo, como si llevara un mes viajando;
aunque tal vez sea estar más lúcido o simplemente entre sueño.
Hago mi mochila bien asoma el sol tras
las montañas. Desayuno junto a un maestro y la directora y ambos me orientan el
camino que debo seguir hasta Santa Ana. Según sus indicaciones debería llevarme
5 horas de caminata. El cielo está despejado, todo está calmo en el pueblito y
los sonidos naturales anuncian un nuevo día. La paz que se respira es sublime.
Esto estaba buscando desde hace mucho tiempo
y ahora que inicio mi caminata me pregunto cómo apaciguar esta sed de viaje. Ahorro
preguntas, libero mis pies hacia la aventura.
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