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lunes, 14 de noviembre de 2016

Iquitos a Manaus -fin del tramo-

La magia del atardecer en el río Amazonas
Me balanceo en la hamaca mientras el viento recorre la cubierta del barco. El cielo está sin nubes y la selva quieta, invitándome a visitarla. Esta noche llegaré a la ciudad más grande en el Amazonas ¿Cómo será? De seguro hace más calor que en el barco, todo ese asfalto aumentando la temperatura de la ciudad de manera descomunal, de seguro hacer más calor. No es solo el asfalto, en la ciudad también hay otra cosas que aumentan la temperatura pero, esa ciudad, ¿cómo será? y, porque me estoy preguntando estas cosas a poco tiempo de arribar a Manaus, después de todo, hace 4 días que no pienso así, en el futuro inmediato. Cuatro días de calma, liviandad, meditación, ¿la ciudad me genera esto? ¿y por qué le hecho la culpa a algo externo?
El río Amazonas y el río Negro trazan una extensa frontera frente a la costa de Manaus. El río Solimões, como se le llama al río Amazonas en este tramo de
El encuentro de los ríos
Brasil, y el río Negro, que es literalmente negro, coexisten por kilómetros y es la bienvenida que me da la naturaleza a esta ciudad. Aquí se termina el viaje en barco, al menos por un tiempo.

Al arribar al puerto, descendemos entre el tumulto de taxistas que se encalló a la salida del barco. Salimos del lugar y tomamos un transporte inter-urbano para el norte. Nos despedimos con Masa en la rodoviaria -terminal- hasta que nuestros viajes se crucen nuevamente; él va a Roraima, en Venezuela, y yo, aquí en Manaus por unos días.
Todos los locales comerciales cierran temprano y no puedo contactarme con mi couch por internet. Teniendo un presupuesto malo, encuentro refugio en una estación de servicio esta primer noche.
Manaus es una ciudad para caminar en cualquier hora del día y aunque mi cansancio, por no dormir, es grande, en la mañana recorro la zona del Teatro Amazonas, una zona de calles y edificios coloniales, de tonos cálidos y no muy altos. Voy a la costanera de la ciudad y el viento alivia la pesadez del calor y la humedad de la metrópolis. Acomodo la mochila al pie de un árbol y me acuesto apoyando mi cabeza en ella. Las ramas se mueven y generan un sonido similar al de las olas del río. Esta calma que me regala el viaje es la que me gustaría conservar en cualquier tramo que realice de ahora en más. Con esta calma que florece por doquier decido volver a Argentina por un tiempo. Es una decisión que venía barajando desde mi ingreso a los ríos en Coca, Ecuador; la pasividad de estos, y el tiempo que tuve para meditar me hacen resolver volver.
Ahora me queda otro tramo de viaje que emprender, el viaje continúa.
Los días de Manaus terminan  3 días después de mi arribo. El calor es soportable y siempre lo es cuando disfrutas lo que vivís. Compro el pasaje a Porto Velho, al sur de Brasil, rumbo a Bolivia. Otra vez Bolivia; la hermosa Bolivia me espera antes de cruzar la frontera, esa nueva frontera que inició con el viaje y que ahora es necesario atravesar.
El finalizar del día en Brasil
Entrevista a Paula M. Rufat

domingo, 6 de noviembre de 2016

Iquitos a Manaus -primer tramo-

A orillas del río Amazonas, Iquitos
Tomo un moto-taxi hasta el puerto de donde zarpa el barco a Santa Rosa. Los jóvenes se movilizan como hormigas, encorbados por la pesada carga que llevaban en sus espaldas. Los pasajeros ya ocuparon la primer planta del barco, así que subo a la parte superior y busco un lugar para mi hamaca pero tan novato con este trabajo de amarrar, que un señor al observarme se acerca y me ayuda haciendo un nudo fuerte para soportar mi peso durante las noches de viaje. Desde el horizonte las nubes se aproximaban con señales de tormenta y las luces de los rayos de Iquitos iluminan todo lo observable, dejan una estela serpentina que atemoriza con su recorrido hacia la tierra.
Cuando partimos son las 8 de la noche. Una sirena parte el aire y junto con ella propagándose por el río, partimos rumbo al norte de Perú.
La noche se apodera de todo a la vista, en el cielo se pueden observar algunas estrellas marcando un vía galáctica y el golpe de las olas contra el casco del barco. Me quedo observando por largo rato el cielo cuando el sueño se reposa en mi cuerpo y me tiendo en la hamaca sin más. No tengo frío ni calor; duermo sin soñar en nada, y cuando esto sucede, la noche pasa más rápido.
En la mañana posterior nos sirven masamorra con pan de desayuno. Me siento en el mismo lugar junto al borde del barco y disfruto del paisaje, del río partirse a nuestro paso y las ondas crearse armónicamente y alejarse hacia la costa del Amazonas.
En un pueblo llamado Salto Alto de Nuevo Israel, subieron muchos misiones con los cuales intercambié palabras en las próximas horas del viaje. A veces nos dábamos un respiro y tomaba nota de mis percepciones en este tramo del viaje.
La vegetación es continua desde el río. Los árboles se elevan hasta los cielos y sus colores juegan entre el azul y amarillo. El reflejo del agua crea nuevas texturas de la selva. El cielo cambia, como el río y como yo en este movimiento.
Cuando llega la noche el barco está completo de pasajeros, se ha detenido en tantos lugares y hasta tuve la posibilidad de ver unos Bufeos -delfines de río- danzar cerca de un puerto. Una de las señoras que se encarga de la cocina, pesca con gran habilidad y soltura, somos varios que observamos su destreza. Los niños recorren libres en los pasillos se crean las hamacas, los colores que forman son carnavalescos, involuntarios y alegres.
Ingresando al puerto de Leticia
Esta última noche en el barco no puedo dormir bien, algo inició en la calma del río Napo, allá cuando partí de Pantoja, ahora, debo reconocer qué es para poder dedicarme a ello.
En la mañana siguiente, con los primeros rayos del sol, llegamos a Santa Rosa. El pueblo es pequeño, está en una isla del río, frente a Leticia y Tabatinga; estoy en la triple frontera. Camino hasta la oficina de migraciones y sello mi pasaporte de salida de territorio peruano. Allí conozco a Masa, un joven japones que viaja camino a Roraima, en Venezuela. Íbamos a compartir el tramo juntos hasta Manaus pero nos separamos al cruzar el río a Leticia.
Cuando sello mi ingreso a Brasil, aún es temprano, así que camino hasta el puerto para saber cuando parte el barco a Manaus y luego busco hospedaje. Estaba exhausto, así que me acuesto en la litera hasta las 2 de la tarde. No podía creer que había dormido tanto y no tuviera hambre. Como había comprado una papaya, decidí comer la mitad de esta y luego salir a caminar. La papaya es una fruta muy rica, es gracioso ver como en el pasado no me gustaban tantos alimentos, un amigo diría: "la necesidad es ereje" y puede que sea así, pero más prima la idea de conocer nuevos sabores, texturas, tonalidades; conocer.
Ingresando a Brasil
La frontera entre Leticia y Tabatinga es imperceptible. Existe un hito de frontera, pero hay que estar atentos para poder distinguirlo. Si caminas por allí, y cruzas la frontera, podes pasar algunas cuadras hasta darte cuenta que cambió el idioma, algunos carteles en los negocios y el país. Así es como vuelvo a Colombia por última vez en este viaje. Conozco el centro de Leticia y cada paso lo hago con calma, atento a mis sentidos y lento. El calor es abrumador, haciendo necesario beber liquido constantemente. 
Lo que me gustó de Leticia son los árboles en las calles, en sus veredas. Esto es algo que muchas ciudad que visité no conservan. También los pajaritos volar por doquier y cantar y cantar.
Regreso tarde al hospedaje y para mi sorpresa me doy cuenta que no es un lugar muy amable. Compro algo de comida y en la oscuridad ingreso al cuarto.
Nuevamente no pude dormir en absoluto con tantas ideas pasando por mi cabeza, me desvelo hasta los primeros rayos de sol. Miro el ventilador y luego el baño, pienso en Pantoja y los pueblos a la orilla del Amazonas. Hago mi mochila, salgo a la calle y tomo un moto-taxi al puerto.
El viaje que me queda es Tabatinga-Manaus, 4 días en el río.
Entrevista a Paula M. Rufat